Hace mucho que no me daba una vuelta por el blog. Me hacía falta –y seguro
que a ti también– un descanso de todo lo político. Tengo que confesar que
cometí un error de novato. Sabía, igual que todos, que sin importar qué tan
pulcra, vigilada y participativa fuera la jornada electoral del primero de
julio, habría un conflicto posterior. Tontamente desaproveché el tiempo y no me
preparé mentalmente para lo que dicho conflicto implicaría. Grave error.
Subestimé, junto con otros despistados como yo, el efecto enajenante del insulto
(carta principal de los incondicionales del candidato perdedor) y la capacidad
somnífera del discurso victimista que pregonan. Pero lo peor de todo es la
frustración –que tras varias semanas se convirtió en tedio– que genera el
patético chantaje de algunos que se imaginan revolucionarios, toman una figura
abstracta: “el pueblo” y se reservan el derecho de interpretar su voluntad. Sólo
ellos saben lo que quiere y necesita el pueblo. Esta cualidad de la que yo no gozo porque soy:
imperialista, neoliberal, derechista y mezquino (esta es mi favorita) me
recordó un fragmento de “A paso de cangrejo” en el que Umberto Eco habla del
populismo mediático: “Apelar al pueblo significa construir una ficción. El
populista es aquel que se crea una imagen virtual de la voluntad popular.”
A mí todo esto me
deja con un vacío, una suerte de orfandad. Me explico: si lo que dice AMLO,
interprete y vocero de la voluntad popular, ungido no sé por quién, es cierto:
1 Si el pueblo está cansado del autoritarismo y luchará
contra la imposición de Peña Nieto.
2 Y yo creo que Peña ganó porque es el que más votos tuvo.
3 Entonces yo no soy parte del pueblo.
Heme aquí, completamente solo (malditas
convicciones democráticas e institucionales). No soy uno más del pueblo porque
creo en las instituciones ergo no hay lugar para mí en la república amorosa, ni
soy uno más de la “mafia del poder” porque no tengo una fortuna que cotice en
varios cientos de Tsurus. Yo no figuro en la dicotomía Lopezobradorista.
A fin de cuentas, la concepción maniquea de las cosas de
López no es novedad, lo que más me ha sorprendido de las últimas semanas es la
virulencia de las consignas de algunos de sus seguidores. Vale la pena la
columna de hoy de Federico Reyes Heroles en Reforma (http://jorgecastaneda.org/index.php?newsId=823C3A53-8514-1156-754F-95962EFE23E6)
en la que se pregunta: “¿Qué van a hacer con todos
los odios que están desatando? Porque cuando anden "rescatando" a la
democracia mexicana, los odios seguirán aquí.” Esa es la parte que debería
preocuparnos a todos. Cuando se asiente el polvo, Peña Nieto tome posesión
(como hizo Calderón en 2006 a pesar de las protestas) y la gente regrese a su
vida normal. ¿Cómo canalizar el odio y las pasiones desmedidas que dejaron
crecer?
No hay comentarios:
Publicar un comentario