domingo, 16 de octubre de 2011

Los límites del abuso

"Even among bourgeois economists, there is hardly a serious thinker who will deny
that it is possible, by means of currently existing material and intellectual
forces of production, to put an end to hunger and poverty, and that the present
state of things is due to the socio-political organization of the world."
-Ernst Bloch, “The Principle of Hope”

  Mientras cada quien defienda sus cotos de poder, anteponiéndolos a la empatía y el respeto por la vida de los demás, seguiremos contribuyendo al desbalance. Esta política -además de carecer de fundamentos éticos- se ha vuelto insostenible. Hasta para el abuso existen límites.

  Por razones relativas al azar, la genética y en raras ocasiones al empeño, todos ocupamos un lugar, un nicho particular en la maquinaria social y económica. La condición de unicidad del ser humano se ve reflejada también en ese lugar, no existen dos nichos iguales, no hay dos personas que experimenten las mismas condiciones. La variedad va desde la opulencia y el derroche hasta el hambre y el dolor.

  Es una realidad difícil de digerir: siempre habrá alguien que la pasa mejor que uno y alguien que daría lo que fuera por ocupar el lugar que nos tocó. Si uno resultó afortunado en la lotería del clasismo y la estirpe, lo más probable es que con una dosis de cinismo encuentre llevadera esta situación –saberse poseedor de una vida privilegiada, sin haber trabajado por ello-, por lo menos hasta que se ve forzado a ver de cerca lo acentuadas que pueden ser las diferencias. Es al ser testigo del sufrimiento ajeno que se anuda la garganta y comienzan a brotar las dudas.

  Hemos llegado al punto en que es imposible huir de esta realidad. Son cada vez menos los rincones habitados del planeta donde no existe una cobertura mediática incesante de pequeñas y grandes tragedias, de historias de gente que padece hambre, gente que es perseguida por motivos raciales o ideológicos y gente que se convierte en daño colateral de guerras sin sentido. La continua exposición a información global nos ha convertido, queramos o no en testigos permanentes del sufrimiento que puede generar el desbalance
a quienes no han corrido con suerte, aquellos que constituyen una abrumadora mayoría.

  Este modelo de clases y jerarquías se ha vuelto más inestable que nunca. Si bien la organización sociopolítica del mundo nunca ha sido justa ni eficiente, hoy somos testigos de índices estremecedores de pobreza. Hoy el 1% de la población mundial posee el 40% de la riqueza. Entre marzo de 2010 y marzo de 2011 el hombre más rico del mundo aumentó su fortuna en 20.5 billones de dólares, un promedio diario de poco más de 56 millones, cuando el 48.3% de la población mundial tiene un ingreso de menos de 2.5 dólares al día.

  El objetivo está claro, redistribución de la riqueza. Las soluciones no serán permanentes –la sociedad (como la entendemos) siempre tenderá a polarizarse- pero es literalmente de vida o muerte para millones de personas su inmediata implementación. No se trata de renegar de la buena fortuna, sólo de cambiar el enfoque y reorganizar prioridades con miras a balancear un poco el esquema evitando que colapse.

  En términos simples: tú y yo tuvimos suerte, coincidieron muchos factores para que el nicho que ocupamos se sitúe más cerca de la cima del esquema piramidal de la distribución de la riqueza mundial que de la base; pero hoy ya no es justificable ser cómplice por omisión, hoy se requiere de más que un poco de cinismo para pretender que las cosas andan bien. La balanza se ha inclinado demasiado, hemos llegado al límite del abuso.
 
  Diariamente billones de personas sufren para satisfacer sus necesidades básicas, mientras yo disfruto de la inmunidad que me trae el nicho que a mi suerte le tocó, uno que no incluye hambruna ni segregación pero sí un sentido de responsabilidad social que pesa cada vez más.


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